La primera vez que Alan García se dirigió a miembros de su partido y de su entorno con la expresión de “ratas”, “miserables” y “asquerosos”, fue bajo el impacto de haber escuchado los primeros diálogos entre Rómulo León y Alberto Químper. Tenía a su costado un Jorge del Castillo sumamente serio, como si él también estuviera muy extrañado de lo que conversaban esas personas cuyo papel en el poder no era claro para la opinión pública peruana. Entonces el Perú se preguntó si el lobista de empresas y el abogado que integraba el directorio de Perupetro no habían realmente burlado la confianza de sus amigos y compañeros y el presidente y su ministro tenían toda la razón para indignarse.
Luego –ya sabemos- Del Castillo empezó a enredarse en la madeja de los diálogos que siguieron apareciendo, así como le fue pasando a una larga lista de ministros y funcionarios. Pero el presidente ya tenía un segundo lote de roedores a los que dirigir sus iras. Si señor. Lo que el país quería saber no era qué hacía el primer ministro en la suite de un hotel, y porqué otros altos funcionarios entre ellos su secretaria personal y su hombre de confianza de Palacio, eran mencionados tantas veces entre los contactos de la corrupción y cómo era que sus huellas también apuntaban al Hotel Country; nada que ver, el problema que nos tenía angustiados, según el presidente, eran los chuponeadores y quién pago para el chuponeo. Ahí estaban las nuevas “ratas”, los verdaderos “miserables”, etc. Pero, como no se le escapa a nadie, una vez que se identificó a la banda de BTR como los responsables materiales de las interceptaciones, los lazos entre ellos y Palacio, y con el resto del gobierno, brotaron de todas partes.
Algunos pensaron entonces que una rata saca otra rata. Porque mientras se movía el foco de Rómulo, Bieto y Canaán hacia Ponce Feijoó, Tomasio y Gianotti, los primeros adjetivos se suavizaban y un día de esos el presidente llegó a comentar que lo que se oía en los petroaudios era a dos “viejitos fanfarrones” (aunque Rómulo es su contemporáneo) y que no había delitos porque los planes de Canaán y de Discover Petroleum no se realizaron. Fue poco después que el “inubicable” León se entregó a la justicia (previa negociación con el gobierno) y se le empezó a devolver el favor con una cadena de maniobras para descartar pruebas y delitos, y sacar a quién por sus méritos figura como el primer rata, del enredo policial-judicial en que estaba metido y que tanto salpicaba sobre la cúpula del poder.
Como se sabe la captura de la segunda camada de animalitos de albañal denunciada por el presidente, fue producto de una curiosa “investigación especial”, controlada directamente por Alan García, a través de policías de su confianza y en coordinación con la fiscal de la nación. Fue una operación que se disfrazó de eficacia y sobre la cual han recaído después las más graves sospechas de que su finalidad era eliminar los archivos incriminatorios en poder de los chuponeadores. Quince meses después de haber sacado a las ratas marineras e interceptadoras, de circulación, después de haberlas encerrado en “máxima seguridad” e impuesto “reserva del proceso”, todo para que no hablen ni chillen, al gobierno le reventó en las manos la denuncia de manipulación de las pruebas, la desaparición de USB, el borrado de archivos y otras trasgresiones. Y esta vez los reflectores se movieron directamente a Jorge del Castillo, a todas luces el más interesado en que no se reconstruyan las conversaciones que lo comprometían y el único al que el presidente podía entregarle la responsabilidad de dejarlo fuera de todo el caso, a cambio de ayudarlo a sobrevivir. El hecho es que Del Castillo ha estado muy cerca de la categoría “rata” en estos días. El presidente ha dicho “no me caso con nadie”, “caiga quién caiga”, como adelantándose a los acontecimientos.
Y es ahí donde ha saltado un nuevo y sorpresivo escándalo, con sus propias “ratas”, “miserables”, “asquerosos” y otros adjetivos de rango presidencial. Cuál si se tratara de un conejo que emerge de un sombrero, “alguien” descubrió de pronto documentos que prueban que en el territorio del otro secretario general recién electo en el Congreso del APRA de marzo, se cosían gruesas y nauseabundas habas. Encargado de la titulación de la propiedad rural, el jefe de COFOPRI, Omar Quesada, había tenido cualquier cantidad de pericotes haciendo de las suyas, y en un faenón indefendible habían entregado un enorme terreno de playa a la salida de Lima, a un compañero de partido con fama de traficante. Y otra vez el presidente lamentando a los aprovechados que abusan de su buena fe y que quieren echar a perder sus 170 mil obras realizadas en todo el país. Claro, muchos han pensado de puros suspicaces que este destape, no sólo confirma la podredumbre oficial, sino que refleja una pelea entre fracciones en el partido de la estrella.
Ya no hay ideologías que deslinden los campos, opina un viejo cuadro aprista, por eso ahora se atacan con lo que uno le ha investigado al otro. No olvidar que Quesada se desmarcó del “tío George” y exigió que lo investiguen. Pero el fue quién terminó denunciado y el que ha perdido el Cofopri y ha debido salir momentáneamente de la secretaría general, mientras Del Castillo sigue inconmovible, hasta ahora. Obviamente son las relaciones de poder en que está ubicado cada dirigente. Del Castillo es una pieza del sistema de poder nacional, Quesada no. Y es más fácil llegar a “rata” en la segunda posición, que en la primera. Aunque uno nunca sabe.
02.05.10
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