Hace unos días recibí de buena fuente la versión de que el presidente Humala estaba cada vez más descontento con su primer ministro, por la cantidad de declaraciones desafortunadas que había lanzado en apenas dos meses en el cargo. Ignoro si esta situación habrá de sufrir variaciones con la captura de Artemio, aunque a muchos les ha llamado la atención que el hablador jefe del gabinete no se haya hecho visible en las declaraciones posteriores a la noticia.
En todo caso el manejo del caso por el presidente ha sido recibido positivamente por el país que ha sentido la diferencia con las imágenes de otros gobernantes andando sobre cadáveres o presentando a sus prisioneros como fieras enjauladas y en traje a rayas. Uno podría pensar que Humala le ha pedido a Valdés que hable lo menos posible para que no se le ocurra decir que alguien anda por ahí teatralizando o comparando al actual gobierno con el de Fujimori.
Un evento de alto simbolismo como es la caída del último dirigente histórico de Sendero Luminoso que permanecía libre y en armas (militarmente estaba totalmente reducido y buscando que le abran un espacio para rendirse), va a favorecer indudablemente el crecimiento de la popularidad del presidente que a fines de la semana pasada ya había ascendido (según DATUM) a 58%. El problema es si se la cree.
En 1997, Fujimori rompió récords con más de 80% de aprobación luego de la operación Chavín de Huántar y la eliminación del comando del MRTA encabezado por Néstor Cerpa. Pero el “chino” se mareó con esa increíble altura y creyó que ahora sí podía hacer lo que le diera la gana y se enroló en la destitución de los magistrados del Tribunal Constitucional que habían votado contra la re-reelección. Los tumbó ciertamente, pero engendró una resistencia social con un gran núcleo juvenil que se fue incrementando en los siguientes años hasta que se convirtió en un factor decisivo durante la crisis de los 2000 que concluye con la fuga del dictador hacia el Asia.
Que Ollanta tiene que limpiar ahora el Huallaga y evitar que el vacío de Artemio sea llenado por estructuras armadas directas del narcotráfico o por la organización de los senderistas renegados del VRAE, está fuera de duda y a eso deben venir sus palabras invocando a que los seguidores de Artemio depongan las armas, lo cual requeriría medidas concretas para discutir el desarme y la reasimilación de los combatientes.
Y que la voluntad política de acabar la guerra iniciada en 1980 tendrá que trasladarse a un escenario mucho más difícil en el VRAE, también es obvio, a condición que no se incurra en la ingenuidad (por no decir estupidez) de otros gobiernos que imaginaron que dando la orden de acabar con el problema y saturando de soldados la zona se podía conseguir una victoria aplastante sobre los insurrectos. La verdad es que el combate en el área de la selva de Ayacucho, Junín, Cusco, va a ser mucho más difícil que en el Huallaga donde Artemio estaba ya vencido, aislado y sin perspectivas.
El triunfo alcanzado por el gobierno –el primero de la gestión nacionalista-, obliga a no equivocar el siguiente paso, ni en lo político ni en lo militar. Para eso habrá que controlar a Valdés para que no abra la boca.
14.02.12
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1 comentario:
Felicito al autor de esta artículo porque demuestra mucho equilibrio y responsabilidad en su opinión respecto al caso de Artemio.
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