El primer aviso tocaba a emergencia. El Evo ganaba en un solo viaje, cuando todo estaba preparado para detenerlo con los votos del Congreso. Los indígenas y los izquierdistas con 57% era demasiado, aún en un país pequeño como Bolivia. En un año pleno de elecciones en la América detrás del muro era una pésima señal que debía responderse con un necesario ajuste en vista a los siguientes episodios:
(a) Colombia; era una victoria obvia, que tenía dos inconvenientes: primero, era una reelección y restaba argumentos contra el reeleccionismo de Chávez, que era la principal acusación en Venezuela, lo que obligaba a hacer lo más posible por olvidarse del asunto y que no sen discutiera en la campaña; segundo, que en una sociedad tan conservadora como la colombiana, se esperaba un salto en el crecimiento electoral de la izquierda, que era el dato que se debía refundir lo más posible, construyendo el “peligro terrorista” en las elecciones.
(b) Perú; aquí el riesgo de primera vuelta era alto, sobre todo porque la “candidata que debía ganar”, perdía fuego, y el que “no debía hacerlo”, iba en ascenso. Por tanto había que bajar el problema crítico con todos los medios posibles: demonizarlo, delincuentizarlo, desvalorizarlo, para que perdiera impulso y no pudiese seguir creciendo. Y había que pensar en un candidato sustituto, aunque fuera el proscrito de la víspera, pero que contaba con el “partido mejor organizado” y el líder que sabe lo que hay que hacer para ganar elecciones con lo justo, no importa si la señorita de las virtudes era abandonada sin darle las gracias.
(c) México; los puntos críticos eran que en este país no se tiene sistema de dos vueltas, que significaba que el resultado de la votación no podía “corregirse” más adelante, y que todas las encuestas daban ventaja al izquierdista López Obrador, moderado izquierdista, pero a pesar de todo demasiado social para ejercer el poder en el inmediato sur del gigante. Debe ser por casualidad que las elecciones mexicanas se peruanizaran, en el sentido de unanimidad de prensa contra el “que no debía ganar”, y que a pesar de las enormes diferencias entre el candidato del PRD y Humala, parecieran lo mismo si hubiera que atenerse a lo que se decía en el debate y a los afiches que se mostraban en las calles y en la Internet. Y debe haber sido también pura coincidencia que los resultados oficiales en los dos países resultaron tan simétricos: si en Perú hubiera regido la regla mexicana, hubiera ganado Humala; pero si hubiera sido al revés, el presidente habría sido López Obrador. Pero todo operó como lo quería el imperio. Salvo que el moderado se radicalizó y resistió hasta ahora, lo que calificó como “un fraude” en su contra, manteniendo movilizado a medio México en contra de la imposición.
De cualquier modo, la tendencia parecía haberse volteado. Mirado deportivamente podía decirse que los amigos de Estados Unidos, habían pasado adelante por tres a uno. Y estaban logrando victorias en los países más grandes. De ahí vino que contra todo pronóstico Lula no ganó en primera vuelta, traduciendo un cansancio a su izquierda y a su derecha; a Correa le fue pésimo en el Ecuador, porque después de fanfarronear con que arrasaría en primera vuelta, salió segundo; y en Nicaragua se empezaron a percibir los síntomas del regreso al miedo que en el 90 hizo votar a muchas personas con el argumento de que estoy a favor de los sandinistas pero no quiero que siga metiéndose Estados Unidos en mi país y por eso voy a apoyar a Chamorro.
Al final de todo este recorrido estaba Venezuela que era el plato gordo. Claro que Washington hubiera celebrado a cuatro manos la posibilidad de una derrota de Chávez, pero de cualquier manera una cosa era un Chávez con el continente en contra, perdiendo terreno en todas partes y ante una oposición interna crecida, que podría ser aislado y batido en corto tiempo, que uno con varios puntos de apoyo.
De ahí la importancia de lo que ha pasado en este segundo momento. Primero fue la victoria holgada de Lula en segunda vuelta y sobre todo la inmediata ratificación abierta del eje de integración Brasilia-Caracas, que ha dejado tan mal parado a Alan García que fue a mercadear la posibilidad de que los brasileños hagan nuevos aliados. Luego vino la victoria de Ortega, venciendo las advertencias que hasta la última noche se enviaron desde Estados Unidos, sobre los riesgos de votar por los sandinistas. Y finalmente el triunfo de Correa en Ecuador que remontó una coalición del poder y la mentira como las que se levantaron en Perú y México. Al final funcionó al revés. La que parecía la victoria más difícil: sobreponerse al ganador de primera vuelta y al apoyo abierto o vergonzante de todos los partidos, se consiguió de manera rotunda.
El marcador se ha puesto cuatro a tres, y ahora viene el 3 D, de Venezuela. Sin duda, si ve en su conjunto se trata de una guerra de posiciones, que se ha empezado a resolver en un sentido progresivo. Y que aún para los que quedaron del otro lado, es más que evidente que no hay posiciones suficientemente consolidadas. Colombia y Perú han recepcionado los resultados electorales, no los latinoamericanos, tan decidores, sino los parlamentarios estadounidenses, como fatales para sus pretensiones de alianza privilegiada con el imperio vía TLC. Y García ha debido pasar además por su propia vía crucis en las regionales y municipales de noviembre. A cien días, el país le ha negado un voto de confianza y lo ha dejado tan débil como estaba cuando ingreso precariamente a la segunda vuelta.
En México ni se diga. Nadie sabe cómo, pero López Obrador ha podido mantener una desobediencia política a los fallos del jurado electoral, más allá de cualquier apuesta, con lo que la crisis de gobernabilidad de ese país va a profundizarse en los siguientes meses. América Latina espera pues el triunfo de Chávez con una esperanza de que 2006 se cierre como un límite entre una etapa y otra. Se dirá que son sólo datos electorales. Es cierto. Pero ellos traducen un fuertísimo ánimo social en todo el continente, aún en los países en que la derecha volvió a hacerse del gobierno. La hora de las luchas recién viene. A los que tanto les gusta hablar de mapas políticos sería bueno que trataran de fijar sus ojos en lo que está pasando al sur de América.
01.12.06
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