Llegué con unos cinco minutos de retraso y me pareció
increíble ver todo el amplio ambiente central de la librería El Virrey,
completamente copado de público, la mesa
ya instalada, presidida por Santiago Pedraglio, y los comentaristas Anahí Duran
y Nelson Manrique. Quizás pensaban que no llegaría por lo inestable de mi
salud. Pero hice un esfuerzo supremo y ahí estuve.
Era la presentación del libro de Alberto Gálvez Olaechea,
“La palabra desarmada”, escrito en prisión y por fin convertido en materia de un diálogo público. Pero era más
que eso. Lo veía en el rostro de los asistentes que habían llegado a un punto
de reencuentro. Aún los que no conocían personalmente a Alberto estaban ahí
buscando su palabra de guerrillero y de estudioso de la guerra de los 80 y 90.
Era un recibimiento a un hombre casi único, que ha podido atravesar los
terrenos de la autocrítica y discutir muchas de la ideas, que nos han querido bloquear,
afectando la libertad de pensar por 35 años.
Alberto Gálvez estuvo 27 años en prisión, la misma cantidad
que padeció Mandela, a quién también lo acusaron de “terrorista”. Hoy Alberto
Gálvez reaparece como el portavoz de la palabra desarmada, a la que desarmaron
en una dura lucha, y la que sin embargo resulta imprescindible incorporar como
una de las voces del balance de lo que ocurrió y costó tanta sangre. Los
políticos y los medios han invisibilizado el papel de Alberto Gálvez, lo que
parece querer decir que le tienen más miedo que a otros. Que nadie se de cuenta
que se está incorporando un nuevo actor político e intelectual, al estrecho
espacio de los debates peruanos.
Por la magnitud de la asistencia a la presentación (quizás
unas 300 o 400 personas), se hace evidente que a Alberto Gálvez, el cariño de
la gente le llega solo, en el silencio de los medios. ¿Cómo se puede ser
indiferente ante un hombre que no registra actos de violencia y sangre, pero al
que igual, sobre condenaron porque temían a su inteligencia.
En su libro, Alberto remarca un tema que se evade
sistemáticamente: ¿Cómo construir una sociedad pacífica y en vías de
reconciliarse, si el Estado, estimulado por los medios y la derecha más
recalcitrante, sigue con la política de quitarles la voy a los perdedores y
están proponiendo otras cosas. Estoy seguro que de la gente que fue a la
librería Virrey, conducida por ese ángel chiquito e incansable que es Chachi
Sansiviero, debe haber hecho cuentas sobre aspectos de calidad entre vencedores
y vencidos.
Al final, una gran prueba está en camino. Porque a Alberto
le van querer cerrar todas las puertas. Pero por lo que vi el miércoles, no va
a ser tan fácil. Un merecido recibimiento a Alberto Gálvez, entre libros,
amigos y admiradores.
14.08.15