A Martha Meier le parece que el regalo que les hace el
gobierno a las empresas al bajarles el impuesto a la renta, es un tocamiento
indebido ya que contiene una contraparte que hace que si el dinero del impuesto
recortado se usa para repartirse entre los socios, se incremente
automáticamente el impuesto a los dividendos. Asalto, grita la zarina, que
seguramente está viendo que la
corporación a la que pertenece no tiene donde reinvertir (salvo que se compre
otro diario). Si quieren un modelo de lo imposible que es que el gobierno nos
saque del actual estancamiento entregando la manija económica y sus recursos a
las grandes empresas, aquí tiene un testimonio firmado de uno de los poderes
económicos nacionales.
Pero Bullard no va atrás. Tomando como justificación lo que
describe como un acto arbitrario del Sindicato de Estibadores de Puerto
Salaverry, que se habría opuesto a que la empresa administradora capacite nuevo
personal para las tareas portuarias (imagino que como reemplazos), el genio
neoliberal concluye que se trata de una fenómeno general, ya que los sindicatos
sería cárteles para unir trabajadores (un colectivo de individualidades) contra
una patronal que sería única. Algo así como una posición de dominio del
mercado, de donde no saca ninguna propuesta, pero presenta al sindicalismo en
general como opuesto a la libertad de los demás. Se presumía que el
neoliberalismo iba minando los sindicatos sin decir que lo hacía, para
fortalecer la posición del capital sobre el trabajo. Es lo que hizo Fujimori
durante diez años. Pero pocas veces se había visto a un defensor de lo
individual llegar tan lejos como para no discernir que la posición de fuerza en
las empresas está en manos del empleador y que la lucha por el salario y el
trabajo decente, no son afectaciones al consumidor sino una exigencia de
participación en la renta empresarial.
Finalmente, como para coronar la sección de opinión del
último sábado, aparece un artículo de un señor Juan Diego Ugaz que se presenta
como abogado, para en la semana de la no violencia contra la mujer, lanzar un
brulote que apunta a derogar la ley contra el feminicidio. La idea es que hay
una sobrepenalización de este delito y que es muy difícil probar que la pareja,
la expareja, o pretendiente, cometieron un crimen de este tipo por razón de
dominio, creyendo tener un derecho de propiedad sobre la vida y la integridad
de las mujeres. Ugaz opina que como estamos hablando de muertos, no hay como
demostrar el origen inmediato de la violencia, más allá de los contextos: falta
de motivación económica, antecedentes de violencia, testigos y la propia
confesión de los agresores que argumenta infidelidades, celos y otras cosas que
creen que les otorgan “derechos”. La ley del feminicidio es un signo de
civilización, como lo son los sindicatos y los impuestos a los que más ganan.
Pero El Comercio va en el sentido opuesto a la historia.
30.11.14