En estos días se han leído notas entusiastas sobre la
victoria parcial uribista en Colombia como un avance de las derechas verdaderas
y que se lamentan a la vez de los resultados de las parlamentarias europeas
donde los que más han crecido son partidos de ultraderecha o directamente
fascistas que ahora tendrán una representación significativa en Bruselas.
Aparentemente lo que habría que lamentar en el viejo
continente es que los partidos institucionales, los que hacían el juego de a
dos en casi todos los países, se hayan debilitado y dejado espacio para que a
la derecha de los conservadores y a la izquierda de los socialdemócratas, se
expandan otras opciones. Pero eso es lo que los mismos analistas celebran en
América Latina, especialmente el desarrollo de formaciones como las que
encabeza Uribe en Colombia o los Fujimori en el Perú.
La desinstitucionalización ya se produjo en esta parte del
mundo (con la excepción de Chile, en la que Bachelet está girando a la
izquierda y haciendo más personalista su gobierno, para evitar que las nuevas
corrientes la desborden), y la consecuencia es que estamos ante nuevos
discursos y distintas polaridades. El uribismo que anuncia regresar al esquema
de guerra interna total si gana la segunda vuelta, militaría en el campo de la
ultraderecha en Europa. Y algo por el estilo puede decirse de muchos de los
“demócratas” de la oposición venezolana, cuyo proyecto político tiene mucho en
común con lo que ocurre en Ucrania con la reaparición de los grupos fascistas
que se agarran a tiros con sus adversarios ante lo que llaman el “fracaso de
los políticos”.
El fujimorismo peruano: ¿es derecha o ultraderecha?, y en
qué lugar colocar a Alan García y sus teorías sobre el “perro del hortelano”
(que conlleva la recolonización de su propio país) y la “nueva guerra fría” que
enfoca los conflictos sociales como maniobras chavistas que deben ser
aplastadas como en Bagua. Cuando Juan Carlos Tafur colocó la chapa de DBA
(derecha bruta y achorada) para referirse al sector que imagina un sistema sin
equilibrios y dispuesto a arrasar, nos dio una pista para distinguir varias
derechas. Pero la idea tenía una fuerte carga sicológica, sobre el sentido
político de las cosas. Parecían achorados por el gusto de serlo o porque se sentían
herederos de una década en la que realmente mandaron.
Pero el fujimorismo y la fujimorización del alanismo, no son
tan excepcionales como podría suponerse. En realidad hay una sobrederechización
(si cabe la expresión) en una parte de los electores en los países con sistemas
representativos. Puede ser un producto de muchas crisis, de inseguridades o
directamente de miedos, y un encandilamiento con las fórmulas elementales del
poder autoritario. Y, como lo hemos visto de cerca, si estas opciones logran
éxito y llegan al poder en algún momento, se institucionalizan. Y ahí estamos
en un nuevo escenario.
31.05.14
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